... Buceo autónomo   

El buceo es para el invierno

¿El buceo es una actividad de verano o de invierno? Para todo hay opiniones, como demuestra este irónico artículo acerca de las desventuras que esperan a los buceadores durante la época estival.

 

De forma automática asociamos la práctica del buceo a la temporada estival. Los meses de verano parecen el momento idóneo para acercarnos al mar y disfrutar bajo su superficie de los placeres subacuáticos. Las aguas se calientan, haciendo más confortable la inmersión. El mar está generalmente en calma, dejando atrás los temporales y marejadas que sacuden cada invierno nuestras costas. La luz del sol ilumina con fuerza los primeros metros bajo las aguas, favoreciendo el desarrollo de una exuberante cobertura vegetal, algas multicolores entres las que abundan los bancos de ejemplares juveniles de los peces y crustáceos nacidos en primavera.

Ciertamente parece el mejor momento para el buceo, pero las experiencias de este último verano han hecho que me replantee esta apreciación, hasta llegar a una conclusión insólita: El buceo es un deporte invernal. Debería ser admitido como una modalidad más de los deportes de invierno, y prohibir, o por lo menos limitar su práctica durante el verano.

Esta idea se abrió paso en mi cabeza cuando estaba atrapado en un fenomenal y a la vez rutinario atasco veraniego en pleno centro de Donostia, tratando de llegar al puerto para recoger las botellas de buceo que había dejado para cargar el día anterior. De hecho, fue expresada en voz alta por el conductor del coche, Javier Mendoza, tras invertir un cuarto de hora en recorrer menos de 200 metros.

¿Y que tiene de malo el verano para bucear? Pues lo malo es que el buceo es una actividad que se realiza (generalmente) en el mar, por lo que necesariamente debe de pasar por la costa, y la costa en verano se convierte en la pesadilla de los enfermos de oclofobia (fobia a las multitudes).

Multitudes. Esa es la palabra. En mi ciudad y en muchas otras, ya saturadas en invierno, en verano se desbordan de visitantes, y estos no se dedican a pasear por la periferia, que va; se concentran todos en los aledaños de la playa y el puerto. A pie, en coche, en bici, de todas las formas posibles, en los días laborables y en los festivos, convirtiendo el acto de acercarse al mar en una enervante experiencia.

Por si fuera poco, la proliferación de fiestas, festejos y eventos de variado pelaje ocupan aun más el espacio, con su acompañamiento de vallas amarillas, policía municipal que desvía el tráfico hacia lugares donde tu no quieres ir y un sin fin más de obstáculos y barreras que se interponen entre nosotros y nuestros objetivos. Y de aparcar, mejor no hablamos, porque dejar el coche junto al mar, en esta coyuntura, alcanza la categoría de milagro homologable para la canonización del beato al que nos encomendemos en esta tarea.

Y además está el calor. La sola idea de pasar 20 minutos con el traje de neopreno puesto a bordo de una neumática, navegando bajo un sol implacable, ya hace que me entre sed. Es cierto que resulta mucho más agradable vestirse de hombre rana bajo los cálidos rayos del sol estival que acariciado por el viento y la lluvia del invierno. Eso hay que reconocerlo. Sin embargo, a mi no me compensa, o por lo menos es lo que pienso cada verano mientras me deshidrato al lado del mar. A estas alturas la ciencia debería ya haber desarrollado algo, no se, un neopreno transpirable, o trajes de termotitanio reversibles, que puedan utilizarse con la capa reflectante hacia adentro en invierno y hacia fuera en verano. Tal vez los fabricantes de material para submarinismo, una vez agotado el filón de los trajes secos, nos propongan el concepto del traje frío.

Otra contraindicación para el buceo en verano viene de la mano de la incompatibilidad de actividades. Es la época de las terrazas y las noches en la calle, el acostarse tarde e incrementar (aun más) nuestra vida social. A ver quien se levanta luego temprano para evitar el atasco de la costa. Y es que todo no puede ser, y menos llegando a cierta edad. Una solución viene de la mano de las inmersiones nocturnas. Si nos organizamos es posible compaginar el buceo con la vida social, evitar (una parte) de los atascos y no sufrir las inclemencias del sol estival. Son inmersiones que exigen una cuidadosa planificación: Aire suficiente en las botellas, equipos de iluminación redundantes, baterías de recambio, perfecta coordinación entre los buceadores, y sobre todo, que no se olvide el responsable de la nevera de traer hielo para enfriar las bebidas. Esto puede dar al traste con la inmersión y ocasionar la disolución del club. Las nocturnas de verano son una posibilidad que debería ser objeto de estudio en los programas de formación de las futuras generaciones de buceadores.

En fin, lo dicho. El buceo no es para el verano, por lo menos en Donostia. Y ya veremos si nos dejan seguir buceando en invierno, que está la cosa chunga.

Juan Carlos López. Agosto 2003

 

Declaración de privacidad